sábado, 4 de septiembre de 2010

Ocho.







"Es necesario decir a quién consideramos nuestro an­típoda: a los teólogos y todo aquel por cuyas venas corre sangre de teólogo; a toda nuestra filosofía... 


Hay que haber visto de cerca la fatalidad, aún mejor, haberla experimentado en propia carne, haber estado en trance de sucumbir a ella, para dejarse de bromas en esta cuestión (el libre‑pensamiento de nuestros se­ñores naturalistas y fisiólogos es a mi entender una broma; les falta la pasión en estas cosas, no sufren por ellas). Ese emponzoñamiento va mucho más lejos de lo que se cree; he encontrado el instinto de teólogo de la “soberbia” en todas partes donde el hombre se siente hoy “idealista”, donde en virtud de un presunto origen superior se arroga el derecho de adoptar ante la realidad una actitud de superioridad y distancia­miento... 


El idealista, como el sacerdote, tiene todos los grandes conceptos en la mano (¡y no solamente en la mano!) y con desprecio condescendiente los opo­ne a la “razón”, los “sentidos”, los “honores”, el “bie­nestar” y la “ciencia”; todo esto lo considera inferior, como fuerzas perjudiciales y seductoras sobre las cua­les flota el “espíritu” en estricta autonomía; como si la humildad, la castidad, la pobreza, en una palabra: la santidad, no hubiese causado hasta ahora a la vida un daño infinitamente más grande que cualquier cata­clismo y vicio... 


El espíritu puro es pura mentira... Mientras el sacerdote, este negador, detractor y enve­nenador profesional de la vida, sea tenido por un tipo humano superior, no hay respuesta a la pregunta ¿qué es verdad? Se ha puesto la verdad patas arriba si el abogado consciente de la nada y de la negación es tenido por el representante de la “verdad”..."









Fragmento " El Anticristo", Friedrich Nietzsche. 























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